Por qué Milei desprecia a Macri, ignora a García Cuerva y no paga costos

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Hay liderazgos inclusivos, que tienen la ventaja de formar mayorías amplias pero la dificultad de lidiar con muchas diferencias internas y acuerdos frecuentemente costosos y difíciles de sostener en el tiempo. Y hay liderazgos excluyentes, que se conforman con ser cabeza de una facción, aunque minoritaria, homogénea y cohesionada, si ella reúne los apoyos mínimos necesarios para superar a las demás.

Milei es claramente del segundo tipo. Por eso está desplegando una estrategia del estilo “cabeza de ratón”: formar una base propia, aunque acotada, de bajo costo, en un escenario polarizado y fragmentado.

Eso, en las provincias que votaron hasta aquí, lo llevó a ganar o perder, pero con los colores propios. No sellando ningún acuerdo con otras fuerzas, a menos que ellas aceptaran sometérsele por completo (como estaría logrando hagan en provincia de Buenos Aires el PRO y muchos radicales), o que, por falta de medios y candidatos, no le quedara otra (como sucedió en Chaco); descontando que los demás estarían siempre irremediablemente divididos, así que por más que él no logre formar una mayoría, nadie podrá, en la cuenta global, superarlo. Lo que, como sabemos, se coronó con un triunfo resonante, aunque también acotado, en CABA el pasado 18 de mayo.

Inflación o sumisión

De allí que el único reproche que Mauricio Macri planteó con algún sentido en la noche de ese domingo, el presidente no se detuviera siquiera a considerarlo.

El líder del PRO advirtió que “Milei se había conformado con ganar con el 30%, habiendo podido ganar juntos con el 50%, y eso había sido un error. Pero para LLA actuar de ese modo, en CABA en esta ocasión igual que a nivel nacional en 2023, era justamente la clave del éxito: le proporcionó un triunfo exclusivamente suyo, no solo frente al peronismo kirchnerista, sino a un disperso arco de listas centristas incapaces de volverse una oferta competitiva. Y que, por lo tanto, van quedando marginadas de la competencia. Porque sus votantes y sus representantes remanentes no tendrían otra que optar, al final del día, por un bando u otro.

El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, junto al presidente Javier Milei, en la Catedral Metropolitana. (Foto: captura YouTube Oficina del Presidente)
El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, junto al presidente Javier Milei, en la Catedral Metropolitana. (Foto: captura YouTube Oficina del Presidente)

En los términos del mileismo, no tendría sentido ofrecerles ser “cola de león” porque el león está completo, ya tiene su propia cola. Y deben aceptar un papel aún más insignificante, seguir eligiendo entre las opciones que a Milei le convienen: inflación o sumisión, o estamos con Cristina y su apuesta por el fracaso, o nos sometemos a las condiciones que el presidente nos impone para ser parte de la nueva Argentina.

Entre el escepticismo y el hartazgo con el sistema político

Claro que a muchos votantes esas alternativas no los están seduciendo, no los sacan de su escepticismo o hartazgo con el sistema político, las razones justamente por las que un outsider dos años atrás se impuso frente a los actores tradicionales del sistema. Y por eso la virulencia presidencial, junto a la dispersión de la oferta política, el desdoblamiento de las elecciones y, sobre todas las cosas, la falta de ofertas inclusivas, están impulsando a mucha gente a quedarse en su casa y no ir a votar.

Pero ser cabeza de ratón también tiene esa ventaja: no necesita movilizar a una mayoría siempre muy demandante y que requiere acuerdos costosos, le alcanza con lograrlo con los que aman al líder u odian a sus enemigos lo suficiente como para no ser demasiado exigentes con lo que se les ofrece. Que vote una porción acotada de la ciudadanía, mientras el resto no exprese su hartazgo o decepción de modos disruptivos, en la forma de protestas antisistema o algo parecido, es una combinación que le puede resultar también conveniente. Porque los más afectados terminan siendo los partidos moderados, no los extremistas que justamente viven de las pasiones más exaltadas.

La nuestra puede que sea una democracia “de baja intensidad”, cuyos actores e instituciones cuenten con escasa legitimidad, pero también puede que para el gobierno esta sea la solución más económica. Mientras él represente la facción preponderante, o menos débil, del sistema, y una porción suficiente de las demás estén cuando haga falta obligadas a sumársele, frente a una alternativa aún menos seductora y más riesgosa. Y cuando se vuelva a votar por cargos ejecutivos lo veremos: es posible que, nuevamente, con no más del 30% a LLA le alcance, si después sus candidatos arañan el 50 por descarte.

El arzobispo Jorge García Cuerva advirtió en el Tedeum por el 25 de mayo sobre inconvenientes para la buena salud de la sociedad y las instituciones que se siguen de una estrategias divisionistas y polarizadoras como esta.

Milei optó por no contestarle, ni siquiera para recordarle al arzobispo su partidismo filokirchnerista, también bastante divisionista, de no hace mucho tiempo: saben muy bien en el gobierno que desde la muerte de Francisco la Iglesia católica argentina ingresó en una fase de beatificación, y cualquier réplica virulenta de esas que acostumbra a descerrajar sobre sus críticos la puede pagar cara.

Pero igual que a Macri, a García Cuerva lo van a ignorar sin mayor problema. Porque el divisionismo funciona y la cooperación, por ahora al menos, no paga. Fue lo que sucedió también con los Kirchner en su etapa de auge. Y lo padeció en carne propia Jorge Bergoglio por aquellos años. Y por más que ahora Francisco sea un peligro mayor para los libertarios de lo que pudo ser en vida, nadie va a convencer a Milei de que su estrategia hoy provechosa después se le puede venir en contra. Y tampoco hay a la vista alquien que esté en condiciones de convertir la colaboración y la moderación en una oferta política competitiva.

Fuente: TN

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