Una nueva lesión de Maradona y la angustiante clasificación a octavos de Italia 90: el recuerdo de un duro cruce con Rumania

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Cálculos. Sumas, restas, goles a favor y en contra. Los oídos en la otra cancha. Ver cómo se van ubicando las posiciones en las diferentes zonas. Argentina terminó su participación en la fase de grupos en ese estado: más pendiente de los demás que de lo propio. Y tenía lógica, porque cerró esa etapa inicial con una imagen desdibujada, opaca, cada vez más lejana de los resplandores de México ’86. Logró la clasificación de forma angustiante. Como uno de los mejores terceros…

El partido frente a Rumania. Era la oportunidad de ratificar la levantada ante Unión Soviética, que había enviado al olvido, aunque sea por rato, el desafortunado debut con Camerún. Ellos llegaban en idénticas condiciones: derrota con los africanos y victoria ante la URSS. Con un pequeño y, a la vez, gran detalle a favor: la misma diferencia de gol, pero mayor cantidad de tantos a favor, por lo que el empate les garantizaba terminar por encima.

El escenario fue nuevamente el estadio San Paolo de Nápoles, que volvió a teñirse de celeste y blanco. Bilardo no realizó ninguna modificación, renovando la confianza de aquellos que habían dado la talla ante los soviéticos, con la lógica salvedad de Goycochea por el fracturado Pumpido. No iba a ser un cotejo fácil. Rumania llegó a la Copa del Mundo con buenos antecedentes y una interesante camada de jugadores. Estuvo cerca de imponerse frente a Camerún. Se había puesto en ventaja, pero una ráfaga del inoxidable Roger Milla, autor de dos goles, lo dejó sin nada.

Medio equipo argentino festeja el gol. La tensión del partido en la cara de Maradona

El Narigón recordó cómo fue la previa de aquella noche napolitana: “Nos jugábamos una nueva final. Un empate podía valer tanto como una victoria, porque ambos resultados nos aseguraban el pase a la siguiente fase. Lo encaramos con toda sensatez y nunca especulamos con lo que podía ocurrir entre Unión Soviética y Camerún. El partido lo teníamos que decidir nosotros y no depender de los otros. Sin embargo, no había que descuidarse, porque una derrota nos mandaba a casa sin escalas”.

Los problemas físicos continuaban en el plantel. Ruggeri iba a permanecer afuera por la pubalgia que lo perseguía, sin dejarlo actuar ni a un cincuenta por ciento. Burruchaga estaba lejos de su mejor nivel, pero lo más preocupante, sin dudas, era el caso Maradona, que así lo evocaba: “En el último entrenamiento antes del partido con Rumania me golpeé feo en la rodilla izquierda. Cuando aparecí otra vez por Nápoles, era otro tipo. Me quedó una imagen grabada: estar sentado en un sillón del hotel que era nuestro lugar de concentración, abrazando a Claudia con una mano y a mi rodilla con la otra, apretando una bolsa de hielo. Me reía, sí, pero por no llorar. Más que un Mundial, aquello parecía una carrera de obstáculos. Que jugáramos bien con ese panorama, era pedirnos demasiado”. El médico del plantel, Raúl Madero, le dijo que, de esa manera, no podía actuar. Como respuesta recibió: “Soy el capitán y tengo que estar”. Su contestación fue que lo hiciera bajo su propia responsabilidad.

En nuestro país, desde hacía un par de años, había comenzado a ponerse en práctica la modalidad de pasar algunos feriados. Esa situación se dio con el día de la bandera, que era el miércoles 20 y se celebró el lunes 18. Ello, sin dudas, ayudó a elevar el rating del partido, sumado al hecho que se emitía por un solo canal. Aquel mes fue el de mayor audiencia en toda la historia de ATC, con cifras exorbitantes. Para el match con Rumania, la dupla de la transmisión la conformaron Julio Ricardo y Adrián Paenza, ambos comentaristas, tomando el primero el rol de relator.

Goycochea en una de las varias salvadas que tuvo esa noche

Por como venían desarrollándose las otras zonas, era muy probable que el tercero de la de Argentina estuviese en los octavos de final, ya que pasaban los cuatro mejores en seis grupos. El cuadro de Bilardo salió al campo de juego de un San Paolo siempre en ebullición con una novedad en la indumentaria. No solo regresaron las tres tiras a los pantalones, sino que éstos eran de color blanco, que nuestra selección no utilizaba en Copas del Mundo desde el triunfo frente a Polonia en Rosario, la noche de la resurrección futbolera de Kempes, en 1978.

Los primeros minutos fueron una agradable continuidad de lo ocurrido en ese mismo campo de juego frente la Unión Soviética. Un equipo bien plantado, ganando en la mitad de la cancha y con la explosión de Claudio Caniggia en la delantera. Y fue justamente él quien tuvo en sus pies la posibilidad de abrir el marcador tras una pared con Diego, que lo dejó en excelente posición, pero su disparo salió al lado del palo.

Diego y Monzón tras el gol

Pese a su estado deteriorado por los golpes, Maradona seguía siendo el eje de cada ataque, pero no podía cambiar el ritmo y acelerar en los metros finales, que era una de sus tantas virtudes. En los primeros minutos recibió dos fuertes infracciones de parte de Lacatus y Hagi, ambos amonestados, que minaron aún más su respuesta en el plano físico. Sin dudas que lo sintió, porque su influencia comenzó a mermar. Además, estaba con la barba crecida, símbolo inequívoco, para los “maradonólogos” que algo no estaba bien o lo preocupaba.

Burruchaga tuvo dos chances, una con zurda y la otra con derecha, pero ambas salieron desviadas. Eran buenos intentos, de llegadas elaboradas del cuadro nacional, pero que prontamente se irían diluyendo. Rumania avisó con un fuerte tiro de Lacatus, permitiendo el lucimiento de Goyco, lo mismo que ante un tiro libre de Hagi que descolgó de un ángulo.

Con el empate en cero se fueron a los vestuarios mientras en Bari, Unión Soviética le ganaba a Camerún por 2-0, poniendo algo más de incertidumbre en el grupo, porque de mantenerse ese resultado y de haber un perdedor entre Argentina y Rumania, éste podía ser alcanzado o superado por la URSS, desplazándolo del tercer puesto y dejándolo fuera de competencia.

La salida de la cancha al terminar. Serrizuela, Olarticoechea, Giusti, Basualdo, Simón, Batista y Dezzoti con los rostros preocupados

También para Maradona ese entretiempo quedó en el recuerdo: “Caminamos al vestuario como derrotados. No podíamos romper la defensa rival. Ahí, en ese lugar que tanto conocía, las entrañas del San Paolo, escuché cuando el doctor Madero le decía a Bilardo que lo mejor era sacarme, porque además de lo de la rodilla, me habían pegado un patadón tremendo en el tobillo izquierdo, que se me estaba empezando a hinchar. Salté como si no me doliera absolutamente nada: ‘Ni muerto salgo de la cancha. Yo sigo. Yo sigo’”.

El segundo tiempo arrancó complicado. A los seis minutos, Goyco desvió de manera brillante un remate de Balint que iba con destino de gol. Argentina empezaba a tener problemas en todas las líneas, pero sobre en la mitad de la cancha, lugar donde había hecho su fortaleza en los anhelados tiempos de México ’86. La cara más visible de esa caída era Sergio Batista, otrora extraordinario volante central, clave en el equipo campeón, pero que cada partido se lo veía más lento, por un persistente dolor en el talón de Aquiles. Ante la falta de ritmo y anticipo, Bilardo mandó a la cancha a Ricardo Giusti por Pedro Troglio, en busca de mayor equilibrio. El Gringo era otro de los futbolistas que estaban al límite en el plano físico y que quedó confirmado en la lista de buena fe a último momento. Así lo rememoró Giusti: “El equipo estaba un poco revuelto. Eso se veía clarito desde afuera. Allí fue donde Carlos me hizo ingresar, para ver si podía aportar algo de orden. Por suerte se dio. Creo que, si me hacían un test físico, era el peor por lejos. Pero la experiencia y motivación pudieron más”.

Apenas pasado el cuarto de hora, Diego peleó una pelota que parecía perdida sobre la derecha del ataque argentino y terminó consiguiendo un córner. Lo ejecutó con enorme perfección. La pelota describió la parábola en el aire, para encontrarse con la cabeza de Pedro Damián Monzón en el borde del área chica, donde le ganó en el salto a su marcador y la colocó junto al poste derecho del arquero Lung. Quedará por siempre el recuerdo de la imagen de Maradona, que, tras abrazarse con Caniggia, se puso de rodillas, con las manos entrelazadas, mirando al cielo agradeciendo en una bella plegaria futbolera.

El festejo de Diego tras el gol de Monzón

En ese momento, Unión Soviética ya goleaba sin atenuantes por 4-0 a Camerún. Con esos resultados, volvía la calculadora con sumas y restas. Argentina quedaba en el primer lugar (superando a los africanos por diferencia de gol) y retenía la localía en Nápoles a la espera de alguno de los mejores terceros. Parecía que los planetas se volvían a alinear. Fue tan solo un espejismo de apenas cinco minutos.

Rumania, que estaba quedando en el último lugar del grupo, se fue al ataque. Y allí se denunciaron todas las grietas que tenía el endeble conjunto nacional. Hasta que llegó un centro pasado de Lacatus desde la derecha, que bajó Sabau en el segundo palo, devolviéndola al centro del área. Por ahí apareció Balint para superar a Goycochea con un cabezazo que se incrustó junto al travesaño.

Quedaban 25 minutos por delante. Otra vez la calculadora. Camerún, primero, pese a perder 4-0. Nosotros igualados en todo con los rumanos, menos en goles a favor, donde nos sacaban esa pequeña luz de ventaja que los dejaba en el segundo puesto. Había que cuidar la pelota, porque un descuido podía ser la derrota que dejara al campeón del mundo fuera de combate en la fase inicial.

Para el doctor Bilardo, aquellos instantes fueron un suplicio: “Había que concentrarse en mantener la igualdad. Los últimos diez minutos, fueron de un ida y vuelta infernal. Tuve que entrar a la cancha e insultarlos para que reaccionaran. A esa hora, me importaba la clasificación y no el lugar final en la tabla: ¡Pudimos quedar afuera! Los muchachos me escucharon, bajaron el ritmo, cuidando la pelota. No era el momento de arriesgarse innecesariamente”.

Diego con Claudia y sus hijas la noche anterior al partido. La bolsa con hielo en la rodilla inflamada por el golpe

En ese lapso final, dos jugadores vieron la tarjeta amarilla: Sergio Batista y José Serrizuela, que llegó a la segunda y se perdería el cruce de octavos de final. El partido culminó con el empate en un tanto, que dejó a la selección en el tercer lugar. Había que seguir el cuadro, bastante complejo, por cierto, para saber cual sería el rival en la siguiente fase, al quedar como uno de los mejores terceros. De las diez posibles combinaciones, en nueve el rival era Brasil, mientras que, en la restante, podía ser Alemania. Estos equipos aún debían su partido de la última fecha.

El balance de la fase de grupos fue negativo. La derrota con Camerún condicionó todo lo que llegó después. Asomó una luz de esperanza ante Unión Soviética, que pronto se apagó en la floja performance frente a Rumania. Con todas las zonas terminadas, quedó confirmado el cruce en octavos de final con Brasil, que terminó con puntaje perfecto. Se daba el clásico sudamericano bien temprano. Como pocas veces, en el largo y rico historial, había tantas diferencias de rendimiento entre uno y otro. Era muy difícil no caer en el pesimismo. Quizás para alentar a su tropa, el doctor Bilardo le dijo a un puñado de periodistas una frase premonitoria: “Algo voy a inventar. No sé qué, pero algo será. Este partido con los brasileños tenemos que ganarlo. Ya van a ver” …

Próximo episodio: Brasil

Fecha: 24 de junio

Locación: Estadio de Los Alpes en Turín