Secuestrado, torturado y asesinado: la desaparición forzada de Felipe Vallese, el caso que anticipó el plan sistemático de la dictadura

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Felipe Vallese tenía 22 años cuando fue torturado en varias comisarías. Su cuerpo sigue desaparecido

Los lectores que compraron el diario El Mundo la mañana del sábado 25 de agosto de 1962 se enteraron – porque en esa época el precio del dólar no era importante – que la moneda estadounidense había cerrado a 125,50 en el Banco Nación después de una caída de más de tres pesos durante la jornada del viernes. También supieron que los jefes de las tres Fuerzas Armadas se habían reunido para buscar una “salida constitucional estable” al gobierno provisional que encabezaba José María Guido, un simulacro de democracia instalado en el país después del golpe de Estado que había derrocado al presidente Arturo Frondizi casi cinco meses antes. Quienes se adentraron en las páginas del diario se toparon, también, con una noticia extraña. Se trataba de una crónica sugestivamente titulada “Como en Chicago” y que se refería a un suceso ocurrido dos días antes, la noche del miércoles 23. Tanto el título – que aludía una ciudad norteamericana signada por la violencia mafiosa –, como el comienzo del texto, “Rarísimo suceso”, dejaban en claro que se trataba de algo no habitual, que causaba extrañeza.

Las primeras líneas de la crónica, que no estaba firmada, decían así: “Rarísimo suceso en Flores Norte, que la policía dice ignorar. Frente al 1776 de Canalejas, a las 23:30 del jueves, un hombre fue secuestrado. Desde hacía varios días, había autos ‘sospechosos’ en las inmediaciones. Una estanciera gris frente a aquel número; un Chevrolet verde en Canalejas y Donato Álvarez. Y un Fiat 1100 color claro, en Trelles y Canalejas. Dentro de ellos, varios hombres. Y otros, en las inmediaciones de los coches. A la hora citada, el automóvil de Donato Álvarez hizo guiños con los focos, señalando el avance del ‘hombre’. Le respondieron, y todos convergieron sobre él. Se le echaron encima y lo golpearon. Y pese a que se aferró con manos y uñas al árbol que está frente al número señalado, lo llevaron a la estanciera gris, que partió velozmente con las puertas abiertas”, había escrito el anónimo cronista.

Se trataba, efectivamente, de algo raro. En la Argentina de principios de los ‘60 esas cosas no pasaban. Había secuestros, claro, pero las víctimas eran personas adineradas por las que rápidamente los delincuentes pedían rescate. No era este el caso. Más abajo, el texto relataba que varios vecinos, alarmados por los pedidos de ayuda del hombre, salieron a la calle, pero que debieron retroceder cuando un sujeto que empuñaba una pistola.45 les gritó: “Esto no es para ustedes. Píquenselas si no quieren ligarla”. Los vecinos volvieron a meterse en sus casas y varios llamaron a la policía.

Felipe Vallese y su hijo

Al día siguiente, el cronista de El Mundo se acercó a la comisaría correspondiente al barrio, la 50, y preguntó. La respuesta contradijo a los vecinos. “No sabemos nada, es la primera noticia que tenemos”, le respondió el oficial de guardia. Que la policía no supiera – o dijera no saber – nada era más extraño aún. Para entonces ya se sabía que el secuestrado se llamaba Felipe Vallese, un joven de 22 años que distaba de ser adinerado, y era delegado gremial en la fábrica metalúrgica TEA y militante de la Juventud Peronista. Pertenecía a lo que se conocía como “la Resistencia Peronista”. Los argentinos de la época sabían de la violencia política, estaban aún frescos los antecedentes del bombardeo a la Plaza de Mayo en junio de 1955 – aunque poco se hablaba de él – y de los fusilamientos clandestinos en un basural de José León Suárez un año más tarde. Tampoco la detención de un delegado o de un militante político no era un hecho extraño en 1962, pero que no apareciera, sí lo era. Por esos años, la siniestra figura del detenido – desaparecido todavía no se había acuñado con sangre. Y Felipe Vallese había desaparecido para nunca más aparecer.

Quienes militaban en la Juventud Peronista con Vallese supieron desde un primer momento que había sido secuestrado por fuerzas policiales. Casi simultáneamente a su desaparición, en otros operativos la Policía de la Provincia de Buenos Aires detuvo también al hermano mayor de Felipe, Ítalo, y a los militantes peronistas Osvaldo Abdala, Francisco Sánchez, Elba de la Peña, Rosa Salas, Mercedes Cerviño de Adaro y a tres niños de entre 3 y 10 años que están con ellos. Pero todos ellos aparecieron, luego de ser interrogados y torturados. En cambio, Felipe Vallese no.

Esos operativos sincronizados habían sido montados para capturar – y seguramente matar – a otro militante de la Resistencia Peronista, Alberto Rearte, hermano de Gustavo, uno de sus líderes, a quien acusaban falsamente de ser autor de la muerte de dos policías de la provincia muertos en un confuso tiroteo, donde en realidad los bonaerenses se enfrentaron sin saberlo con colegas de la Federal. En los interrogatorios bajo tortura a todos los detenidos les preguntaban: “¿Dónde está Rearte?”. Nadie lo sabía, y si lo sabía, no lo dijo ni siquiera apremiado por las picaneadas.

La investigación del “Tarta” Barraza

Más tarde, el periplo de Felipe Vallese desde el momento de su secuestro hasta su muerte fue reconstruido por una minuciosa investigación del periodista Pedro Leopoldo Barraza, a quien sus colegas apodaban “El Tarta”, por su tartamudez. De la misma manera obsesiva y minuciosa que Rodolfo Walsh había investigado los fusilamientos del 9 de junio de 1956 en el basural de José León Suárez, Barraza buscó descubrir la suerte corrida por Vallese y sacarla a la luz. La investigación fue publicada en ocho notas, primero en el periódico 18 de Marzo y después en el semanario Compañero. Allí “El Tarta” desnudó una serie de encubrimientos judiciales y policiales para ocultar que Vallese había muerto en una sesión de torturas y que su cadáver fue desaparecido.

El periodista Pedro Barraza, quien realizó una investigación sobre el infierno vivido por Felipe Vallese (imagen del libro Operación Vallese de Pablo Waisberg)

El periodista descubrió que a Felipe Vallese lo venían vigilando desde días antes de su secuestro y reconstruyó a través de varios testimonios la presencia de autos sospechosos que rondaban la zona donde finalmente lo “levantaron”, exactamente después de que otro vehículo hiciera señas de luces, “marcándolo” a la camioneta dentro de la cual lo metieron a rastras y se lo llevaron. La investigación estableció que lo hirieron en la cabeza en el momento del secuestro y que llegó en mal estado a la Comisaría 1ª de San Martín, donde fue torturado por un oficial llamado Juan Fiorillo, cuyo nombre trascenderá muchos años después por su participación en crímenes de lesa humanidad. Allí le preguntaron por primera vez por Alberto Rearte.

Desde San Martín lo trasladaron a la comisaría de Villa Lynch, donde también tenían a los detenidos en los otros operativos. Aunque llegó prácticamente al borde de sus fuerzas, casi sin poder respirar, lo siguieron picaneando y golpeando. En un descuido, cuando lo arrojaron en una celda entre una sesión y otra de tortura, Vallese alcanzó a darle su nombre a un preso común, que lo anota en un papel de cigarrillos, igual que el teléfono de la UOM y de la fábrica Tea. En Villa Lynch, también lo vio su hermano Ítalo, que después dirá que estaba destruido por la tortura, casi agonizante.

Gustavo Rearte, militante de la resistencia peronista, hermano de Alberto

Cuando fue liberado, el preso común a quien Vallese le dio su nombre avisó a la UOM, y el abogado del sindicato, Fernando Torres, realizó la denuncia y le pidió al juez federal de San Martín que ordenara el allanamiento de la subcomisaría de Villa Lynch. En una evidente complicidad con el encubrimiento, el magistrado se negó a allanar la repartición policial y simplemente le pidió informes al comisario, que le respondió que allí no tenían detenida a ninguna de las personas que buscan. También pidió informes a la Federal – porque Felipe Vallese había sido secuestrado en la Capital – y le contestaron con una negativa. Hasta allí llegó la “investigación” judicial.

Para entonces los compañeros del militante secuestrado habían iniciado una fuerte campaña reclamando su libertad. A consecuencia de ella, el 3 de septiembre, la Bonaerense reconoció en un comunicado que tenía detenido a un grupo de personas en José Ingenieros por los delitos de portación de armas y tenencia de panfletos. En la lista figuraban todos menos Felipe Vallese. No podían incluirlo porque ya estaba muerto.

El primer desaparecido

En las ocho entregas de su investigación, tituladas “El infierno de Felipe Vallese”, Barraza – que por entonces tenía 22 años, igual que el desaparecido – pudo reconstruir la captura, la inteligencia previa, los lugares donde estuvo detenido, por quiénes fue torturado y el nombre del médico que controló las sesiones de picana. Además, publicó decenas de nombres de perpetradores, cómplices y encubridores de su muerte. “Se estaba demostrando que en nuestro país un hombre puede desaparecer, puede conocerse a sus secuestradores, con nombres y apellidos, y no pasar absolutamente nada”, escribió en la edición de Compañero del 5 de julio de 1963.

Pasaron casi diez años hasta que en mayo de 1971, el juez en lo penal de La Plata Rómulo Dalmaroni condenó a 39 policías a tres años de cárcel por privación ilegítima de la libertad en el caso de Felipe Vallese. La pena mínima se debió a que sólo se los juzgó por el secuestro y no por el evidente asesinato. No había cuerpo, Vallese estaba desaparecido. La investigación realizada por Barraza fue clave para las condenas. Entre los condenados estaba el comisario Juan Fiorillo, jefe del grupo de tareas que lo secuestró, y que años más tarde formaría parte de la Triple A y, después del golpe del 24 de marzo de 1976, se convertiría en uno de los colaboradores más cercanos del genocida Ramón Camps en la Policía de la Provincia de Buenos Aires.

Pedro Leopoldo Barraza y su compañero Carlos Laham fueron asesinados por la Triple A el 13 de octubre de 1974. Sus cuerpos fueron encontrados maniatados, con tela adhesiva tapándoles los ojos, en un baldío de Villa Soldati. “El Tarta” recibió 25 impactos de bala. Fiorillo – que por entonces lideraba una patota de la Triple A – nunca le perdonó que lo expusiera en la investigación sobre la desaparición de Vallese. José López Rega – creador e ideólogo de la banda parapolicial – lo tenía “marcado” por otro motivo: haber sido el primero en apodarlo “El Brujo” en una reseña periodística de su delirante libro “Astrología Esotérica”.

Hoy, la calle Canalejas – donde fue secuestrado el joven militante de la Juventud Peronista – se llama Felipe Vallese. Frente al número 1776 hay un árbol con una plaqueta que recuerda al primer desaparecido de la Argentina. Los viejos militantes peronistas todavía recuerdan la consigna con la que denunciaban su desaparición: “Un grito que estremece, Vallese no aparece”.