System of a Down trajo sus canciones, su discurso y su causa de siempre, pero lo hizo con más intensidad que nunca

    0
    2

    El estadio de Vélez está repleto de gente. En el campo, decenas de miles de personas se comprimen y avanzan. Justo cuando parece que ya está, que no hay lugar para un mínimo movimiento, otra oleada trae más personas hacia adelante, bien cerca del escenario. En los laterales, contra los límites de la platea, se arma un corredor angosto en el que los que desisten se retiran hacia el fondo. Todo para ver a una banda que hace 20 años no publica discos. Apenas dos canciones en el apocalíptico 2020. Pero esa quietud compositiva no importa, es apenas un dato, porque System of a Down sale a tocar a las 21 en punto como lo que es: una banda que opera bajo las condiciones extremas de la ejecución. Más de 30 canciones en dos horas de intensidad espástica.

    Una vez terminada la música de Atrapado sin salida (la película de Miros Forman protagonizada por Jack Nicholson en 1975), Serj Tankian en voz, Daron Malakian en guitarra y voz, Shavo Odadjian en bajo y John Dolmayan en batería salieron a escena sin muchos ademanes. “Arto”, una melodía tétrica que sirve como vocalización y precalentamiento de las huestes, hizo las veces de introducción. “Somos las serpientes armenias”, gritó con voz podrida Malakian. “Y vamos a atacar”. Y lo que siguió fue un ataque literal y sonoro. “Attack” fulminó el silencio con guitarra distorsionada y un rapto de doble bombo brutal a la manera de los más extremos del género (desde Slayer a Meshuggah). “Suite-Pee” y “Prison Song” completaron el tándem inicial con todo el imaginario del grupo: sonido explotado, cambios de velocidad y de voces. Una esquizofrenia post 9/11.

    System of a Down en el estadio de Vélez

    El primer gran momento de la noche llegó con “I-E-A-I-A-I-O”, una canción de cuna macabra, que expone vocales y esconde consonantes que podrían completar varias expresiones bien caras al universo del grupo (Idealization, Illegalization, Liberalization, Internalization o, incluso, Illegal Immigration). Elige tu propia causa. Llegado el estribillo, el estadio de Vélez fue pogo y grito al mismo tiempo.

    “Genocidal Humanoidz”, una de las editadas en 2020, fue la elegida para bajar, apenas medio grado, la temperatura. A mitad de repertorio, el cuarteto echó mano a “B.Y.O.B.”, el tema que condensa ética y estética de System of a Down. Un momento de puro heavy metal al borde del hardcore, una contraparte seudo bailable que parece ironizar sobre las fiestas de la clase alta mientras el mundo se rompe en mil pedazos por las luchas de poder de esa misma clase alta. Y entonces, el marco de la canción (su intro y su outro) se pregunta, a garganta pelada, sobre esos que mueren en las guerras: «¿Por qué siempre mandan a los pobres?“. Como para que quede claro que nada ha cambiado en estos 20 años en los que System of a Down no editó ningún disco, en las pantallas fragmentadas a espaldas de la banda se leía: “Sufrimiento humano, ahora podés verlo en 4K”.

    System of a Down demostró su poderío en escena

    “Argentina a bailar”, dijo Malakian, encargado de dialogar con el público mucho más que Tankian, líder esquivo. Y entonces “Radio/Video” tuvo aires de kochari esquizofrénico. Eligiendo estratégicamente el lugar del repertorio para los hits con los que se colaron a gritar sobre cosas serias en aquellos años en el que el Nü metal ofrecía, sobre todo, la estupidez de Limp Bizkit, “Chop suey” no llegó al final sino como anuncio de que al show le quedaba ya menos de un tercio.

    La destreza del grupo, siempre puesta en función del impacto y el descoloque, tuvo una vez más uno de sus puntos más altos en términos de recibimiento del otro lado del escenario. Acto seguido, el fragmento de “Careless Whisper”, el clásico de George Michael que hizo las veces de introducción a “Lonely Day”, sonó como una falsa calma en la voz de Malakian, menos intensidad pero no necesariamente menos drama.

    “Protect the Land” (“Protege tu tierra”), la otra editada en 2020, puso a vista de todos los colores de la bandera de Armenia en las pantallas, pero también en el público del campo y las plateas. Una causa por la que el grupo nunca dejó de abogar. Para el final, “Toxicity” y “Sugar” se convirtieron en despedida catártica.

    44.000 personas colmaron el estadio de Vélez

    System of a Down encontró en la exacerbación de sus raíces el drama y el cuerpo para sus canciones. Allí donde otros fueron a un lugar común que no les pertenecía, ellos dieron con un sonido y un discurso hacia afuera exótico pero no por eso repelente. Dos décadas después de su último disco, lo que ofrecen es más fuerza y precisión para decir lo mismo de siempre. Sus luchas no han pasado de moda porque las cosas afuera solo se han intensificado. Es como si nadie tuviera nada nuevo para decir. Ni el mundo, ni ellos. Tal vez a System of a Down le alcance con dar esa lucha hasta el último aliento: la lucha de ver quién grita más fuerte.