Parera es un pueblo chico, de esos en donde todos se conocen. En 2001, en ese rincón de La Pampa, a 200 kilómetros de la capital provincial, comenzó una historia que aún late en la memoria de sus 3.000 habitantes. El protagonista es Gabriel, un joven que hace 24 años era un bebé que, poco después de nacer, llegó a la casa de Nelly Becerra y Juan Biocca: la familia sustituta que lo recibió cuando tenía apenas cuatro meses de vida y lo cuidó durante cuatro años como si fuera propio. Por eso, cuando una resolución judicial ordenó que fuera entregado en adopción, la comunidad entera se puso de pie.
Nelly o “Neyi” —como la llaman todos en Parera— todavía recuerda la frase que le dijo el pastor con el que fue a desahogarse, luego del ultimátum de la Justicia: “Dale lugar al pueblo, porque vos sola no vas a poder”. Y el pueblo marchó. Lo hizo en silencio, sin insultos ni violencia, pero con una firmeza que llegó hasta los canales de televisión nacionales. “Fue una cruzada. ‘¿Cómo se va a ir después de tanto tiempo?’, nos preguntábamos. Durante años el sistema se había olvidado de él y, de un día para el otro, pretendían insertarlo en otro lado como si fuera un árbol”, cuenta una de las vecinas que marchó por él.
Finalmente, el juez Luis Alberto García dio marcha atrás y los Biocca lograron adoptar a Gabriel. Pero en el medio, hubo noches sin dormir, varias reuniones y una pérdida inesperada que tiñó todo de tristeza: Juan, el padre, murió antes de que se oficializara la adopción.
Hoy, veinte años después, madre e hijo vuelven sobre aquella lucha que fue suya y de todo el pueblo. Desde el living de la casa en el barrio FONAVI —la misma donde creció Gabriel—, ella con 63 años y él con 24, reabren ese capítulo de su vida. “Fue algo que nos marcó como familia. Todavía cuesta mucho”, le dicen a Infobae.
La llegada de “El Gaby”
Fue a mediados de 2001. Mientras trabajaba, Nelly escuchó por la FM de Parera que buscaban con urgencia una familia sustituta para un niño. No sabía exactamente qué significaba ese rol, pero sintió que debía hacer algo. “Me asesoré, lo consulté con mi marido y con mis hijos más grandes y todos estuvimos de acuerdo en ofrecernos para cuidarlo”, cuenta.
Ese chiquito al que hacían referencia en la radio del pueblo era Gabriel. Había nacido el 16 de abril de ese año en la localidad pampeana de Ingeniero Luiggi, pero a los dos meses fue internado de urgencia en el hospital de General Pico. Tenía signos de mala alimentación, una costilla fracturada y un pulmón perforado. De inmediato, desde el Juzgado del Menor y la Familia de esa ciudad decidieron buscarle un nuevo hogar, aunque fuera temporal.
Poco después, “El Gaby” quedó al cuidado de los Biocca, que ya tenía cinco hijos: Héctor, Anabella, Pamela, Elías y Eliana. La llegada del bebé, en agosto de 2001, revolucionó la casa y también al vecindario. “Una pregunta que me hicieron muchas veces fue: ‘¿Por qué nos ofrecimos?’. Por falta de hijos te puedo asegurar que no fue”, dice Nelly entre risas. Y agrega: “Ante esa inquietud siempre contesté lo mismo: ‘Porque somos una familia y él nos necesitaba en ese momento’. Hubo algo que nos movió”.
“Nuestra idea no era quedarnos con él”
Para todo Parera, Gabriel era un hijo más del matrimonio y, aunque así lo criaban, puertas adentro nunca le ocultaron ni su origen ni la identidad de sus padres biológicos. Nelly recuerda con claridad el momento en que decidió hablar con él. “Al principio no estaba convencida, de hecho los psicólogos me pedían que esperara, pero también sabía que el tiempo pasaba y nadie se acercaba. La primera vez que lo conversamos él tenía tres años. Estaba jugando a la pelota, me acuerdo. Lo llamé desde mi habitación, sentada al pie de la cama. Cuando se acercó, le mostré una foto suya con su mamá biológica y le expliqué quién era”, recapitula.
Gabriel la escuchó y, pese al temor de Nelly, recibió las palabras con naturalidad. “Nos dimos un abrazo, le dije que lo amaba y que, si bien no era su mamá biológica, lo amaba como mamá. Se le cayó una lagrimita, pero enseguida se la secó y me contestó: ‘Bueno, mami, me voy a seguir jugando a la pelota’. Y se fue”.
Para esa altura, “El Gaby” ya llevaba casi dos años y medio viviendo con los Biocca. Había festejado cumpleaños, Navidades y años nuevos. A pesar de eso, tanto ella como su marido tenían claro que su presencia en la casa era temporal. “Nuestra idea no era quedarnos con él. El objetivo era sostenerlo y acompañarlo hasta que la Justicia decidiera. De hecho, me imaginé que íbamos a tener que llevarlo al juzgado de vez en cuando, pero nada de eso pasó”, cuenta.
Con el tiempo, las preguntas de Gabriel acerca de su origen fueron apareciendo, pero nunca de forma insistente. “No le ponía mucho interés”, cuenta Nelly. Por consejo del psicólogo, optaron por no forzar las conversaciones y dejar que surgieran cuando él estuviera preparado. “Ahora está como más abierto, pero siempre estuvo un poco cerrado para eso. No es que le reste importancia: no puede volver sobre su historia, sobre todo después de la ausencia de su papá. Esta es la primera vez que da una entrevista. Le cuesta muchísimo hablar”, dice.
La unión hace la fuerza
El 22 de abril de 2005, la familia Biocca recibió una noticia que fue un mazazo: Gabriel había sido entregado en adopción a otra pareja y, en el plazo de un mes y medio, debía dejar la casa. Nelly, con el pie fracturado, en silla de ruedas y sin poder siquiera levantarse del sillón, sintió que el mundo se desmoronaba: “Fue durísimo. Desde el momento en que nos lo comunicaron mi marido se vino abajo. Se levantaba llorando, se iba a trabajar llorando y volvía llorando. La gente venía a golpearme la puerta y me decía: ‘Tenemos que hacer algo por Juan, está muy mal’”.
Nelly recuerda el momento y se le hace un nudo en la garganta. “Me cuesta hablar”, asegura ante la mirada de su hijo que la escucha en silencio. “Lo que hice fue ponerme en el lugar del Gaby. Me imaginé una charla con él donde me decía: ‘¿Para qué vine a este mundo? Llegué de una familia donde casi me matan a palos, me entregaron a otra que me brindó amor, y ahora me la van a sacar. ¿Tan poca cosa soy?’”.
En ese contexto, un grupo de vecinos empezó a gestar la idea de marchar por Gabriel. “Al principio yo no quería porque temía que pudiera jugarnos en contra. Pero después de hablar con mi pastor entendí que tenía que apoyarme en el pueblo”, dice Nelly. “La única condición que les puse fue que no hablaran mal de nadie. Por eso se hicieron en silencio”, agrega.
Según los diarios de aquella época, las marchas fueron seis. Adriana Chiari (61), vecina de los Biocca desde hace más de cuatro décadas, todavía recuerda aquellas tardes dando la vuelta manzana a la plaza del pueblo con carteles que pedían “Justicia por Gabriel” y buscaban torcer la decisión del magistrado. El mensaje era claro: “Señor juez: en este pueblo hay muchos chicos, pero no sobra ninguno”.
“Fue muy emotivo ver a toda la comunidad pidiendo justicia por un niño que ya tenía una familia. ¿Cómo se lo iban a dar a otra? Nos parecía terrible y por eso accionamos. Fue una cruzada a la que también se unieron pueblos vecinos, como Huinca Renancó, de donde era oriundo Juan Biocca. Hasta el intendente de ese momento, Juan Carlos Olivero, nos apoyó”, cuenta Adriana con la emoción intacta.
A mediados de mayo, la causa ya era pública y los medios nacionales empezaban a llegar a Parera. Mientras tanto, los Biocca intentaban conciliar un acuerdo con el juez: “En una de las reuniones que tuvimos, nos explicó que había tenido que frenar la adopción por lo mediatizado que estaba el caso. ‘Les voy a dar la posibilidad de que pongan un abogado y que el abogado me lo pelee. Yo al nene no se lo voy a sacar, se va a quedar con ustedes hasta que esto resuelva’, nos dijo. En la conversación también nos echó en cara el hecho de que Gabriel nos llamara ‘Papá’ y ‘Mamá’: ‘Ustedes no deberían haberlo permitido’”.
Para Juan esa fue la gota que derramó el vaso. Días después, cayó internado con un cuadro de neumonía. El hombre de 52 años, que arrastraba sobrepeso y alteraciones renales y respiratorias, no pudo recuperarse. Falleció el 28 de mayo, luego de doce días internado en la Clínica Santa Teresita, de Realicó. En Parera nunca dudaron de que Juan murió de tristeza.
Un mes después de su partida, Nelly dio inicio a los trámites de adopción de Gabriel. Lo hizo con el apoyo del abogado Jorge Dosio, del sacerdote Juan José Cueto y del concejal de Parera, Oscar Blanco. “Fueron ellos quienes se pusieron todo eso al hombro. Mi cabeza estaba en cualquier lado”, dice. Dos años más tarde, en junio de 2007, la Justicia finalmente le otorgó la adopción plena. “Juan se fue sin saber que ‘El Gaby’ estaba con nosotros legalmente. No pudo disfrutar nada de eso”, lamenta la mujer.
—Gabriel, ¿qué recordás de tu papá?
Gabriel: Sinceramente, nada. Ni de mi papá ni de mi infancia. Quisiera tener algún recuerdo, más que nada de mi viejo, pero no tengo. No sé ni cómo era su voz. Lo que sé es por lo que me contaron, pero yo no me acuerdo de nada. A veces me duele no tener recuerdos con él.
Nelly: Hay muchas cosas de esa época que él no recuerda porque fue resguardado. Acá en casa, por ejemplo, no se prendía la tele ni se miraban noticieros. Si se acercaba algún periodista, lo mandábamos a la habitación. Cuando eso pasaba, mi hermano Silvio, el más chico de todos, era el encargado de cuidarlo: no lo dejaba ni a sol ni a sombra.
—¿Cómo es tu vida hoy?
Gabriel: Trabajo en una estación de servicio en Relicó, que es donde vivo ahora, a 35 kilómetros de Parera. Hace un par de años, en 2018, me fui a vivir a Mendoza para jugar al fútbol en Godoy Cruz. Pero a mediados del 2019 volví: me costó mucho el desarraigo. Extrañaba a mi mamá y a mis hermanos. Aunque los tres más grandes ya no viven en Parera, los dos más chicos sí y tenemos una buena relación. Siempre me hicieron sentir uno más.
Nelly: A mí la distancia me costó tanto como a él, pero desde el día uno lo apoyé con el tema del fútbol. Yo no quería que se volviera. Incluso hasta le ofrecí instalarme allá. ¿Por qué? Porque sabía que él amaba jugar a la pelota y que, además, lo hacía bien. Lo que no podía era manejar su cabeza. Él extrañaba, se sentía muy mal y bueno… decidió regresar.
—¿Tenés contacto con tu familia biológica, Gabriel?
Gabriel: Sí, con mi madre biológica. Ella me escribe por WhatsApp y me dice todo lo que se arrepiente. Yo la llamo “Paula”, por su nombre. Siempre le explico que lo único que quiero de ella es a mis hermanos, porque ellos no tienen la culpa de nada.
Nelly: Ella ha sido bien recibida acá en casa y sabe que tiene las puertas abiertas. De hecho, los dos hermanos de Gabriel han estado acá y nunca hubo ningún problema.
—¿Guardás algún tipo de rencor con ella?
Gabriel: No sé… trato de no darle mucha importancia. Para mí, mi familia son los Biocca. No tengo otra.
—¿Leíste alguna vez las notas donde cuentan tu historia?
Gabriel: Mi mamá tiene una carpeta donde están todas guardadas.
Nelly: Sí, y no hace mucho tiempo la agarraste y leíste algo…
Gabriel: Me cuesta cuando llego al punto en que hablan de mi papá. La otra vez ella me mostró algo y lo empecé a leer… Hasta que llegué a un diario que decía: “Falleció Miguel”, con la fecha y todo. No pude seguir leyendo. Es tanto lo que siento porque no lo tengo más…
—Si tuvieras que describir la relación con tu mamá, ¿qué me dirías de ella?
Gabriel: Podría estar todo el día hablando de ella. Decir algo malo, jamás. Por ahí no suena bien lo que digo, pero agradezco a Dios que me haya pasado lo que me pasó para estar con ella hoy.
—Y vos Nelly, ¿cómo describís tu vínculo con Gabriel?
Nelly: Es y será el bebé de la casa (risas). Es mi hijo, pero también “hijo del pueblo”, como lo bautizaron algunos medios. Acá lo conocen todos: es muy querido.
La mirada de un juez de menores sobre el caso Biocca
La historia de Gabriel expone un capítulo doloroso dentro del sistema de adopciones en la Argentina. Aunque su caso es hoy la excepción, permite reflexionar sobre los cambios en el proceso y el rol de las familias sustitutas.
“A diferencia de lo que ocurría hace veinte años; hoy, el sistema para adoptar un niño o niña es mucho más ágil. Se hace todo por Internet y, la prioridad, es garantizar que los chicos estén en entornos familiares, aunque no siempre puedan quedarse con quienes los cuidaron primero”, explica a Infobae el juez de menores Claudio Mazuqui.
De acuerdo con el magistrado —que es titular del Juzgado de Niñez de Huinca Renancó, en Córdoba— antes de recibir a un niño en sus casas, las “familias sustitutas” o “familias de acogida” firman un acta en la que se deja claro que no podrán adoptarlos. “La idea es que los acompañen de forma transitoria, por un plazo que suele ir de 90 a 180 días. Mientras tanto, se busca reinsertarlos en su familia biológica o extensa, y si eso no es posible, se inicia el proceso de adopción”, cuenta.
“Lo que pasó con los Biocca fue una excepción. Hay un principio que debe guiar siempre a la Justicia: ‘Es el derecho del niño a tener una familia, no el derecho del adulto a tener un hijo’. Yo lo viví desde los dos lados: durante 30 años mi familia fue guardadora. Por mi casa pasaron 78 chicos. Nunca los adoptamos. Sabíamos desde el inicio que ese no era nuestro rol”, revela Mazuqui.
“De todos modos, cuando un niño mayor de cinco años lleva mucho tiempo en una familia sustituta y quiere quedarse, algunos jueces –yo entre ellos– declaramos la inconvencionalidad de ciertas leyes y priorizamos el deseo del niño. En esos casos, transformamos a la familia guardadora en adoptiva. En mi carrera lo hice cuatro veces”, cuenta.
“Si me hubiese tocado el caso Biocca, sin dudas habría fallado para que Gabriel se quedara con ellos. Por el tiempo compartido, por el lazo afectivo, porque ya eran una familia”, cierra Mazuqui.
Y deja un mensaje final: “Los procesos han cambiado y todavía hay mucho por mejorar. Pero necesitamos más personas que elijan adoptar niños y niñas grandes, que muchas veces siguen creciendo en institutos. Estas historias ayudan a tomar conciencia”.