Un espía entre amigos: la serie británica que es una joya perdida en el maremágnum del streaming

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Cada tanto, en el maremágnum del streaming, aparece una perla escondida, inexplicablemente -o no tanto- muy poco promovida por un márketing que pone el acento en producciones superficiales, repetitivas y sobre todo políticamente correctas -con su norma ISO 9000 de control de calidad que obliga a cuotas de concesiones woke para garantizarse visibilidad-. Es el caso de “Un espía entre amigos” (Movistar Plus+, Apple TV+, Prime Video y en MGM+ y también disponible en Flow), producción que pasó más bien inadvertida entre nosotros por las razones arriba expuestas. Y eso que no le falta un reparto de lujo: Damian Lewis (Homeland, Billion) y Guy Pearce (Memento, The Brutalist) descollan en un duelo actoral en el que ninguno se saca ventaja, muy bien secundados por Anna Maxwell Martin (La joven Jane Austen, Line of Duty) y por Stephen Kunken (Billion).

La historia de los 5 de Cambridge -esos oficiales de inteligencia británica que resultaron ser agentes soviéticos, protagonistas de una historia de infiltración al más alto nivel y que al Reino Unido le tomó años terminar de desmontar- ha sido fuente de inspiración de muchísimas producciones, películas, miniseries y libros, en diferentes registros: novela, dramatización, documental, etc. Sin mencionar las autobiografías o testimonios de los propios actores de este drama del siglo XX.

Nicholas Elliott (Damian Lewis) dialoga con Kim Philby (de espaldas, Guy Pearce) en

Es tanto lo que ya se ha producido a partir de esta historia que parece imposible sorprender con algo nuevo y sin embargo esta serie, basada en el best seller de Ben Macintyre “Un espía entre amigos. La gran traición de Kim Philby” (2014), lo logra. En muchos sentidos supera lo hecho hasta ahora.

El libro fue adaptado por Alex Cary y la serie, estrenada en diciembre de 2022, fue dirigida por Nick Murphy.

Narra los acontecimientos de 1963 cuando Kim Philby es expuesto como “el tercer hombre” de “Los 5 de Cambridge”, la red de espionaje que éste integraba junto a Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross.

John Le Carré, célebre autor de novelas de espionaje y cuya trilogía (El topo, El honorable colegial y La gente de Smiley) está inspirada en esa operación soviética de infiltración, escribió, en el prólogo de la reedición de su clásico “El espía que vino del frío”, que “el mérito de la novela o su delito, según se mire, no fue su autenticidad, sino su verosimilitud”.

Ese es precisamente el gran logro de Ben Macintyre. La sensación que se tiene al ver la serie es que las cosas muy posiblemente transcurrieron así.

Un espía entre amigos

Verosimilitud es el calificativo que le cabe a esta dramatización de hechos reales. Macyntire reconstruye e imagina lo que no fue revelado sobre esta historia de intriga y traiciones -o lealtades ocultas- y lo hace de un modo muy creíble, no solo por los diálogos que recrea sino por cómo retrata a los personajes . Este autor británico considera con razón que los espías son un excelente tema para escribir porque “ocupan el territorio que normalmente es usado por novelistas: lealtad, amor, engaño, traición, romance, aventura”.

Aunque el subtítulo del libro incluye el nombre del Philby, es otro el personaje que Macintyre destaca en su libro, menos conocido del público en general pero con un rol esencial en esta historia: se trata de Nicholas Elliott (1916-1994), amigo íntimo de Philby, al que éste nunca intentó reclutar porque lo sabía ideológicamente impermeable al comunismo, pero con el que mantuvo una sorprendente cercanía personal.

Nicholas Elliott, destacado agente del MI6, amigo íntimo de Kim Philby

La serie arranca en el año 1963, en el momento en que Philby es finalmente expuesto en su condición de “topo” de los soviéticos en el SIS (Secret Intelligence Service, luego llamado MI6), es decir, el servicio de inteligencia exterior del Reino Unido, y su amigo Nicholas Elliott es enviado a Beirut -donde Philby está destinado- para interrogarlo.

Intercalados con ese interrogatorio -y con el que debe enfrentar Elliott por sus jefes que quieren saber qué le reveló Philby-, varios flash back reconstruyen, a lo largo de los seis capítulos, la trama de los principales acontecimientos de esos más de 20 años que transcurren entre la preguerra -cuando Philby y Elliott empiezan sus carreras en la inteligencia británica- y el año 1963, cuando el primero es descubierto.

Para quien no conozca los acontecimientos, estas idas y vueltas del pasado al presente pueden resultar algo confusas. Como esto es historia, conviene conocerla mínimamente para entender mejor esta serie que, de todos modos, no se centra tanto en la acción, como en la intimidad de los personajes, sus reflexiones y sentimientos.

Elliott (Damian Lewis) interroga a Philby (Pearce) en un departamento en Beirut

Kim Philby (Harold Adrian Russell Philby) fue el espía más famoso de la Guerra Fría -y quizás de la historia- por el lugar al que logró llegar y el tiempo que pasó espiando para los rusos sin ser descubierto (23 años). En buena medida este logro se debió a su seductora personalidad. Cuando en el año 1951, dos de los cinco de Cambridge huyeron a la Unión Soviética ante la inminencia de ser descubiertos, Philby quedó en la cuerda floja. En ese momento estaba en Washington donde era el principal agente de enlace entre la inteligencia británica y la recién creada CIA. Fue interrogado por sus jefes y por los norteamericanos e incluso enfrentado en una conferencia de prensa televisada y salió airoso de la prueba. Dos de sus amigos lo defendieron entonces a capa y espada: James Angleton, jefe del Departamento de contrainteligencia de la CIA, fue uno de ellos. Y el otro, el ya citado Elliott, que no podía concebir que Philby fuese un infiltrado.

Para tener dimensión del daño que causó al aparato de inteligencia británico y los servicios que brindó a Moscú, basta señalar que llegó a encabezar la inteligencia británica contra la Unión Soviética, por lo que los rusos tenían información de primera manos de todas las operaciones inglesas en su contra.

Kim Philby, durante una conferencia de prensa en Londres (AP Photo, file)

Uno de los mayores estragos que causó fue el facilitar a Stalin acabar con todos los resistentes europeos de la Segunda Guerra que no estaban dispuestos a plegarse a su poder, porque no eran comunistas o simplemente porque eran patriotas que no querían sacrificar la soberania de sus países al expansionismo soviético.

Ese fue uno de los impactos más grandes para Nicholas Elliott: comprender que muchas de las bajas que habían sufrido -tanto británicas como de servicios amigos- se debían a la traición de Philby, su amigo de toda la vida que además se sirvió incluso de las charlas que tenía con él para informar a los soviéticos, no solo brindando datos sino también revelando el pensamiento de la elite británica sobre diferentes temas.

En su paso por Estados Unidos, Philby logró proveer a Moscú de datos valiosísimos sobre los desarrollos nucleares de ese país. De hecho su traición dañó de modo casi irreparable la cooperación anglo-estadounidense en materia de inteligencia.

La amistad con Nicholas Elliott fue para Kim Philby fuente y protección en su condición de espía (escena de la serie Un espía entre amigos)

Un tercer diálogo se superpone en la serie a los otros dos: el de Philby con el agente soviético que lo escolta en su huida desde Beirut hacia Moscú.

La reconstrucción de los diferentes ambientes -Londres, Beirut, Moscú- es impecable. El casting y las interpretaciones no se quedan atrás en su realismo y adecuación a la época.

Tanto Damian Lewis como Guy Pearce han demostrado ya ampliamente sus dotes actorales; sin embargo aquí se superan a sí mismos. Pearce interpreta muy bien a los dos Philby: el brillante cuadro de inteligencia británico de los años 40 y 50, y el ya más cínico y resignado -y alcohólico- agente soviético expuesto en Beirut.

Sus motivaciones aparecen en unos pocos pero suficientes momentos de los diálogos. Un dato curioso es que uno de sus mentores en Cambridge fue el profesor Maurice Dobb (1900-1976), cuyos textos son leídos en Filosofía y Letras de la UBA. Este economista inglés marxista, que estudió el modo de producción feudal y la transición al capitalismo, fue una de las influencias reconocidas por Philby en su conversión al marxismo, y quien lo indujo a afiliarse al partido comunista.

Kim Philby se acercó al marxismo en Cambridge. Maurice Dobb fue uno de sus mentores (Press Association via AP Images)

En la serie no se nombra a Dobb, pero sí se habla de un profesor que le contagió su indignación -seguramente legítima- por las condiciones de vida de la clase obrera británica. Eso, y “la traición de Inglaterra a los árabes”, vivencia que posiblemente le fue transmitida por su padre, Harry St John Philby, oficial del Ejército Británico, diplomático, de simpatía socialista, muy afin a la cultura árabe -se cree que llegó a convertirse al Islam- y que fue asesor del rey Abdelaziz bin Saúd de Arabia Saudita.

​Los reclutamientos soviéticos entre oficiales británicos se vieron lógicamente facilitados por el común enfrentamiento a Hitler. Durante un tiempo, sus servicios de inteligencia fueron aliados en esa lucha. El arte de la KGB estuvo luego en lograr sostener esos vínculos durante la Guerra Fría cuando los antiguos aliados pasaron a ser enemigos y competidores. Hasta dónde la “lealtad” de Philby y compañía se debió a la convicción o al hecho de que no es fácil renunciar a ese tipo de compromisos sin quedar expuesto es algo difícil de evaluar. Pero sin duda, pesaron ambos factores. Pensemos que en 1963 ya la propia URSS había expuesto las atrocidades cometidas por Stalin, incluso contra sus propios colaboradores, algo que seguramente impactó en la firmeza de las convicciones ideológicas.

Stephen Kunken en el rol de James Angleton, junto a Lewis (Elliott) y Pearce (Philby) en una escena de la serie Un espía entre amigos

Pero uno de los momentos más brillantes del diálogo es cuando el agente soviético que lo escolta le pregunta a Kim Philby por qué cree que por tanto tiempo se negó Elliott a ver que él era un espía, pese a los insistentes rumores. La respuesta del “topo” es que la mayoría de los oficiales de inteligencia pertenecían a una elite británica tan segura de sí misma, tan convencida de tener la razón y de su éxito en todos los planos, que no podía siquiera concebir que alguno de sus miembros tuviera un pensamiento distinto.

El libro de Macintyre es una especulación en torno a los motivos por los cuales Kim Philby pudo huir a Moscú mientras estaba siendo interrogado por el SIS. ¿Logró realmente eludir la vigilancia de Elliott? ¿O éste lo dejó escapar a cambio de información sobre la identidad de otros eventuales topos? ¿O simplemente lo dejó ir por debilidad, porque había sido su amigo?

La huida de Kim Philby hacia Moscú, escoltado por un agente de la KGB (Un espía entre amigos)

La hipótesis más plausible es otra: que los británicos prefirieron la huida a tener que atravesar un juicio público al mayor topo de la historia, exponiendo su vulnerabilidad de una manera muy embarazosa. El SIS, que por su veteranía y expertise había fungido de padrino de la novata CIA, había descuidado su propia seguridad, permitiendo las mayores filtraciones de información sensible de los Estados Unidos hacia la URSS.

A tal punto primó la decisión de preservar en la medida de lo posible la imagen de sus servicios de inteligencia que se ocultó deliberadamente la identidad de uno de los cinco de Cambridge, revelada al mismo tiempo que la de Philby. En este caso, el prestigio de la propia Corona estaba en juego. Se trataba de Anthony Blunt, reclutado por los soviéticos en 1934 y agente del MI6 desde 1940. En paralelo, tenía una brillante carrera académica. En el momento en que se conoce su condición de espía soviético era curador de la Royal Collection (la colección de arte de los reyes) y asesor personal de la Reina.

Por esa condición, se mantuvo en secreto su pasado, que solo fue revelado en 1979 por decisión de Margaret Thatcher. Recién entonces fue destituido de su puesto de curador real.

La reina Isabel II junto a Sir Anthony Blunt durante una visita al Courtauld Institute of Art, London University

El propio Macintyre, duda de la versión de la huida dada por Elliott: “Esto desafía la credulidad”, dijo y agregó: “Hay otra forma muy diferente de interpretar las acciones de Elliott. La perspectiva de procesar a Philby en Gran Bretaña era anatema para los servicios de inteligencia; sería políticamente perjudicial y profundamente embarazoso”.

“A Philby se le permitió escapar – escribió Desmond Bristow, jefe de la estación del MI6 en España, en su libro A Game Of Moles: Deceptions of an MI6 OfficerQuizás incluso se le animó a hacerlo. Traerlo de vuelta a Inglaterra y condenarlo por traición habría sido aún más embarazoso; y cuando lo condenaran, ¿realmente podrían haberlo ahorcado?”

Yuri Modin, el agente de la KGB que habló con Philby antes de que desertara, dejó el mismo testimonio en “My Five Cambridge Friends”: “En mi opinión, todo fue una maniobra política. El Gobierno británico no tenía nada que ganar procesando a Philby. Un juicio importante, que inevitablemente habría ido acompañado de revelaciones espectaculares y escándalos, habría sacudido los cimientos del establishment británico” (citado por John Simmkus, en Spartacus-Educational).

Damian Lewis en el papel del agente del MI6 Nicholas Elliott

En Moscú, Philby fue alojado en un lujoso departamento y recibió un estipendio mensual hasta el fin de sus días. Su expertise fue aprovechada para instruir a futuros agentes soviéticos que partirían en misiones al exterior.

En 1972, se casó con una rusa, Rufina Ivánovna Pújova, con la que convivió hasta su muerte, a los 76 años, en 1988. No alcanzó a ver el derrumbe del sistema al cual había servido incluso a costa de traicionar a sus amigos y a su país. Sus restos están sepultados en Moscú, en el cementerio de los Héroes de la URSS, el mismo donde está la tumba de Ramón Mercader, el asesino de Trotski.

James Jesus Angleton, el oficial de la CIA que había defendido a Philby cuando éste quedó bajo sospecha por la huida de Guy Burgess a la URSS, aparece en la serie advirtiendo que “la paciencia y disciplina” de la inteligencia soviética no debían ser “subestimadas”. “Los rusos son mucho más sofisticados y estratégicos de lo que creíamos. Si los amigos británicos fueron infiltrados por 25 años… Están más en la m… que nosotros”.

James Jesus Angleton, el funcionario de la CIA que también fue amigo de Philby

Pensemos en los casos recientemente revelados de agentes soviéticos que, luego de un trabajo de mimetización e infiltración de largo alcance, viven en el exterior bajo identidades falsas, fingiendo ser ciudadanos del país en el cual están basados. Uno de estos casos es el que inspiró la serie The Americans.

Un espía entre amigos expone la importancia del trato personal, de la amistad y los sentimientos profundos, que impiden ver lo que está pasando, aceptar la traición. “Elliott estaba totalmente convencido de la inocencia de Philby -escribe Ben Macintyre-. Ambos se habían incorporado juntos al MI6, veían juntos los partidos de críquet, cenaban y bebían juntos. Para Elliott era simplemente inconcebible que Philby pudiera ser un espía soviético. El Philby que él conocía nunca hablaba de política. En más de una década de estrecha amistad, nunca había oído a Philby pronunciar una palabra que pudiera considerarse de izquierdas, y mucho menos comunista. Philby podría haber cometido un error al asociarse con un hombre como Burgess; podría haber incursionado en la política radical en la universidad; incluso podría haberse casado con una comunista y haber ocultado el hecho. Pero se trataba de errores, no de delitos”.

Elliott (Lewiss) y Philby (Pearce), tal como los retrata la serie Un espía entre amigos

John le Carré, que tuvo una breve carrera en los servicios, conoció a Nicholas Elliott, y lo describe así: “Era el espía más encantador, ingenioso, elegante, cortés y compulsivamente entretenido que he conocido jamás. (…) Era un bon vivant de la vieja escuela. Nunca lo vi con otra cosa que no fuera un traje oscuro de tres piezas de corte impecable. Tenía unos modales perfectos, propios de Eton, y le encantaban las relaciones humanas. Era delgado (…), con una sonrisa tranquila en el rostro y un codo levantado para sostener la copa de martini o el cigarrillo” (del libro de Macintyre “Un espías entre amigos”).

Patrick Seale, periodista que conoció a Elliott en 1960 cuando éste era jefe de estación en Beirut, lo describió así: “Era un hombre delgado y esbelto, con fama de ser un operador astuto, cuya rápida mirada humorística tras sus gafas redondas daba una pista de su mente sarcástica. Por sus modales y su vestimenta, recordaba a un profesor de Oxbridge [Oxford y Cambridge] en una de las universidades más elegantes, pero con un toque de crueldad mundana que no siempre es evidente en la vida académica. A los extranjeros les caía bien, apreciaban su bonhomía y su repertorio de historias picantes. Se llevaba especialmente bien con los estadounidenses. La figura formal y femenina de su esposa en segundo plano contribuía a la sensación de que la inteligencia británica en Beirut estaba dirigida por un caballero” (Patrick Seale & Maureen McConville, Philby: The Long Road to Moscow (1973), citado por John Simkus, en Spartacus-Educational).

Nicholas Elliott en Beirut, en los años 60

En octubre de 1963, pocos meses después de haberse instalado en Moscú, Kim Philby le escribió una carta a Nicholas Elliott: “Estoy más que agradecido por tus amables intervenciones en todo momento. Me habría puesto en contacto contigo antes, pero pensé que era mejor dejar que el tiempo hiciera su trabajo en el caso. Siempre recuerdo con mucho gusto nuestras reuniones y conversaciones. ¡Me ayudaron mucho a orientarme en este mundo tan complicado! Aprecio profundamente, ahora como siempre, nuestra vieja amistad, y espero que los rumores que me han llegado sobre los problemas que has tenido por mi culpa sean exagerados. Sería amargo sentir que he podido ser una fuente de problemas para ti, pero me anima la confianza de que habrás encontrado una salida a cualquier dificultad que te haya acosado”.

También le sugería encontrarse en Berlín Oriental. Elliott estaba dispuesto a ello, pero los jefes del MI6 no se lo permitieron. Hubiera sido otro diálogo digno de una novela.

Como dice Le Carré, el Berlín de esos años fue el escenario de la “verdadera guerra”, esa que la Segunda Guerra Mundial había interrumpido, y que fue retomada inmediatamente después, la que “se había iniciado con la Revolución bolchevique en 1917, y había continuado bajo distintas banderas y disfraces desde entonces”.